En este capítulo es probable que no ocurran cosas sorprendentes y maravillosas. En muchos capítulos de la vida pasa eso, o nos parece que así ocurre. Es decir que no ocurre lo que sí ocurre pero en realidad no nos damos cuenta de que ocurrió hasta muchos años después.

El hombrecillo de un solo diente dio tres pasos de baile, tropezó con un objeto invisible, le pidió perdón y abriendo los brazos como si fuera a abrazase al mundo entero comenzó a cantar con su bonita voz de barítono

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-No soy un colibríiiiii

pero soy el Gran Heraldo

de la Dama Ausente

que manda aquíiii.

Y el que quiera hablar que diga algo.

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Los cuatro aventureros no sabían qué decir. Era todo tán incomprensiblemente mágico que ni siquiera Panchita se atrevía a ladrar.

El silencio era tan profundo que a Ulises, con la emoción, se le escapó un pedete.

-...prrrr

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El Gran Heraldo giró su cabeza hacia la oscuridad de la que procedía el ruido. Sacudió su larga melena, levantó la ceja izquierda, arrugó la nariz y dijo:

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-Entiendo. Bien, cierren los ojos y síganme sin miedo.

Entonces, el cañón de luz que le seguía a todas partes se apagó. Lo último en desaparecer en la oscuridad fue aquel diente abandonado en su boca sonriente. Obedientes y como hipnotizados, los cuatro aventureros, cerraron los ojos y el teatro del muelle del Puerto de la Luz Luciente se convirtió en un extraño bosque...

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