Capítulo diecisiete
Quizá el viento nos lleve al infinito
Cuando Panchita se despertó fue consciente de que tenía unas ganas terribles de hacer pis; miró a su alrededor y solo vió a Bilbo, de pié, como concentrado en algo incomprensible para ella, con la nariz pegada a un gran árbol viejísimo. Panchita no dió más vueltas, se arrimó al árbol, y doblando sus patas traseras echó una lárga y cálida meada...
-¡¡Rayos y centellas!! Por las barbas del Rey de los Barbos, ¿de donde ha salido este caniche que osa mearme las botas?
-No es un caniche, señor Barbamarga, es una perrita de aguas y se llama Panchita. Y es muy lista.
Y para demostrarlo, Panchita se giró y escarbando con sus patas traseras arrojó sobre la enorme bota del pirata vegetal una moderada porción del suelo del bosque.
-¡Por todos los demonios del Caribe!
Con los ojos encendidos como ascuas, el pirata, cada vez más animal que vegetal, blandió su espada levantándola con ambos brazos sobre su cabeza. Bilbo, aterrado, buscó en el bolsillo su anillo mágico, como dicen que solía hacer su tritatarabuelo inglés en estos casos. Pero solo encontró dos bellotas viejas y la canica transparente que le había regalado Ojos Brillantes el día de su cumpleaños. Bilbo la acarició tres veces con la punta de su dedo corazón. Y entonces sintió una especie de calambre.
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Para sorpresa del temible Capitán del Espanto, justo cuando iba a descargar su espadón, un cegador relámpago azul cayó sobre él. Pero no le pasó nada especial. Bueno, a él no, pero, para su sorpresa, vió que donde antes estaban el enanito y su caniche meón ahora había una especie de princesa de un galeón francés, con su boina y todo, y un señor delgadito con pinta de músico ambulante. Ella le miró a los ojos y batió tres veces las pestañas. Inmediatamente sus enormes brazos tatuados con mil sirenas se convirtieron en dos ramas de roble centenario y lo que había sido su espadón era ahora una garza blanca que salía volando entre las copas de los árboles del bosque. Iba a maldecir la más maldita de sus maldiciones, pero el tipo delgadito le tendió la mano diciendo:
-El Doctor Barbamarga, supongo.
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Nadie hubiera podido pensar que aquel saludo llegaría a hacerse tan famoso, y aun menos que tuviera increíbles poderes mágicos. Nosotros tampoco, de hecho. Pero lo cierto es que en ese momento la tierra tembló, el bosque mágico desapareció... Y el horizonte se llenó de un mar rizado por un suave oleaje, con gaviotas idiotas, delfines saltarines y una ballena en el horizonte.
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Barbamarga, más pirata que nunca, miraba por su catalejo desde el puente de su bergantín. A su lado, Danalí, Bilbo, Ojos Brillantes, Ulises de las Dos Torres y Panchita (disfrazada de loro) miraban a la cámara esperando a que sonara el clic. Pero antes de que el fotógrafo pudiera pedirles que dijeran pa-ta-ta, sonó un cañonazo lejano, silbó una bala tan grande como un balón y le hizo un agujero perfecto a la vela mayor.
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El pirata, sin perder la compostura, barrió lentamente los 360 grados de desierto horizonte marino con su catalejo, y luego, cerrándolo de un golpe, dijo:
-Mileidi, Caballeros, no se puede luchar con un enemigo inexistente. Propongo que imaginemos veletas donde pudo haber veleros y confiar en que, así, quizá el viento nos lleve al infinito.
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Una leve brisa hizo ondular el trapo, pronto se hinchó la cangreja y luego las demás velas. El bergantín dió un pequeño brinco, y como si fuera un dragón alado salió volando.
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-¿Ya se ha acabado?
Yo creo que sí.
-¿Me lo cuentas otra vez?
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